En términos técnicos, el swap consiste en un intercambio de monedas: Argentina recibiría dólares del Tesoro estadounidense y entregaría pesos, bonos o algún instrumento equivalente a cambio. Al final del plazo del acuerdo, se revierte la operación: el país receptor debe devolver lo recibido más la suma de intereses para recuperar sus activos. A diferencia de un préstamo clásico, no se trataría de un endeudamiento directo registrado como tal, pero en la práctica operaría como una nueva fuente de deuda con implicancias similares.


Sin embargo, para muchos expertos, el efecto real del swap es el mismo. Emiliano Libman, economista de Fundar, plantea a El Auditor.info que “el Gobierno presenta este acuerdo como un mecanismo distinto a un préstamo tradicional, pero en realidad compromete pagos futuros y puede tener condiciones que impacten en las cuentas públicas. Se usa para cubrir vencimientos, por lo que su efecto es similar al de una deuda más”.


Desde otra perspectiva, Iván Cachanosky, economista jefe de la Fundación Libertad y Progreso, sostiene que “el swap no es técnicamente deuda. Si bien incrementa el pasivo del Banco Central, está respaldado por un activo. Mientras no se active, no se incurre en endeudamiento. Ahora bien, si se activa el swap, entonces sí comienzan a generarse intereses, pero también es posible mantenerlo sin utilizar, en cuyo caso no hay costo financiero'.


Más allá del encuadre contable, el objetivo del Gobierno es claro: asegurarse los fondos para cubrir los vencimientos de deuda con bonistas de acá a enero de 2026 -por unos USD 8.000 millones- y reforzar las reservas internacionales del Banco Central en un momento de tensión cambiaria.


Cachanosky subraya que el efecto del anuncio ya se hizo notar en los mercados. 'Cuando apareció el respaldo de Estados Unidos, aunque todavía no sepamos cuál es el monto exacto, generó cierta confianza. Lo que pasa es que Argentina es un defaulteador serial y las reservas son negativas. Pero esta foto con Trump y con (el secretario del Tesoro de Estados Unidos) Scott Bessent les mostró a los mercados que aunque este gobierno no tenga con qué pagar, tiene amigos que sí podrían hacerlo”. De todas formas, el valor del dólar volvió a subir, al igual que el riesgo país.


Libman advierte que ese alivio financiero no garantiza una solución sostenible si no se acompaña de un rediseño del programa económico. “Estos mecanismos pueden calmar momentáneamente al mercado, pero si se utilizan solo para ganar tiempo sin resolver los desequilibrios fiscales y externos, terminan generando más vulnerabilidad. Lo urgente desplaza a lo importante”, sostiene. 


Al no configurarse como un préstamo tradicional, el Ejecutivo argumenta que se trata de una operación entre bancos centrales o con el Tesoro, sin requerimiento legal de aprobación legislativa


Además, señala que aún no está claro si el swap mejorará realmente la capacidad de intervención del Banco Central de la República Argentina (BCRA): “Si el acuerdo permite usar los dólares para frenar una corrida, puede fortalecer al Central. Pero si solo sirven para mostrar reservas en los libros, es un espejismo”.


Otro aspecto sensible del acuerdo es que no requiere aprobación del Congreso. Al no configurarse como un préstamo tradicional, el Ejecutivo argumenta que se trata de una operación entre bancos centrales o, directamente, con el Tesoro, sin requerimiento legal de aprobación legislativa. Pero ese atajo institucional abre interrogantes sobre la transparencia y la legitimidad del compromiso.


Cachanosky relativiza esa preocupación: “Hay antecedentes de acuerdos similares en otros países sin intervención legislativa. Lo que llama la atención acá es la magnitud del respaldo y el momento político. El impacto inmediato es positivo para la confianza del mercado y podría sostenerse si el Gobierno obtiene respaldo en las elecciones de octubre”. 


Libman, en cambio, se muestra más crítico: “Me preocupa que este tipo de acuerdos se negocien con una lógica de urgencia electoral. Cuando se negocia desde la desesperación, el margen de maniobra es mínimo y las condiciones pueden ser muy onerosas. Es como si el Gobierno intentara cerrar un acuerdo a cualquier costo, solo para evitar un lunes negro en los mercados”, alerta.


Hay, también, una arista geopolítica compleja: el swap con Estados Unidos aparece como una vía para desactivar el swap vigente con China, que asciende a unos USD 18.000 millones. El Gobierno busca alinearse con Washington y desprenderse del respaldo financiero de Beijing, pero para eso necesita reemplazar esos fondos. 


“Podría tranquilamente ocurrir que esa sea la condición. Si se cancela el swap con China, no sería un incremento de deuda, sino un cambio de acreedor. Estás pasando a deberle a Estados Unidos en lugar de a China. Sería hasta una señal positiva, porque las reglas de juego en el país del norte son más claras”, afirma Cachanosky.


Sin embargo, Libman advierte que el swap con China ofrecía una flexibilidad operativa que el acuerdo con EE.UU. todavía no garantiza: “Se podía usar para pagar importaciones. Eso te daba margen de acción. El acuerdo con Estados Unidos no sabemos aún si permitirá usar los dólares libremente o si serán solo reservas contables”, plantea.


En lo que ambos economistas coinciden es en que, si bien el swap con Estados Unidos podría ofrecer un alivio transitorio frente a la crisis, no representa una solución estructural